Hablando de científicos y de inclusión, me olvidaba de contarles sobre la Profesora Cecilia Bouzat.

Por su trabajo sobre cómo el cerebro se comunica con los músculos acaba de recibir el prestigioso premio L’ OREAL – UNESCO For Women in Science 2014.

Respetada internacionalmente. Su trabajo más innovador, sin embargo, se llevó a cabo en su propio laboratorio en Bahía Blanca. Numerosos institutos de investigación altamente financiados en el mundo estarían orgullosos de recibirla, pero ella está convencida de que tiene un deber hacia su país.

Cecilia es una fanática de las ciencias biológicas desde chiquita, influenciada por su padre y su abuelo, ambos médicos. Es una científica argentina laureada y reconocida por sus pares en el mundo entero. Sus colegas destacan su negativa a aceptar la palabra “imposible”.

En los experimentos descritos por sus pares como «impresionantemente elegantes», es reconocida por la excelencia de su trabajo, su tenacidad y determinación sin caídas, lo que le ha permitido conseguir tan importantes resultados a sus esfuerzos científicos.

Una vez doctorada y dado que estaba cerrado el ingreso a la carrera de investigador en el país, estuvo trabajando con designaciones transitorias y por períodos ad- honorem.

La apertura de la carrera y el proceso de jerarquización del CONICET empezó en el 2003 con Néstor.

¿Ustedes sabían, no, que en 1989 los investigadores cobraban 50 dolares por mes, y aún asi siguió habiendo investigación en el país? Durante mucho tiempo los investigadores pusieron plata de su bolsillo para comprar reactivos o financiar sus investigaciones. Fue el voluntarismo de los investigadores durante el periodo liberal el que permitió sostener la Ciencia.

Sus trabajos tienen repercusiones en diversas aplicaciones, como los tratamientos de desórdenes neuromusculares y neurológicos en patologías como el Alzheimer, la depresión e, incluso, los comportamientos adictivos.

Dice Cecilia: “La ciencia de alta calidad es posible en Argentina gracias a la calidad de la enseñanza de la Universidad pública, al CONICET que sostiene a los investigadores en su formación y en su carrera,  y al compromiso de los científicos de permanecer y trabajar en el país, haciendo muestra de su creatividad e ingenio para compensar los recursos relativamente limitados”.

Afirma que lo más duro fue poder conciliar su vida familiar y su formación posdoctoral (muy demandante) que llevó a cabo en la Clínica Mayo, en los Estados Unidos, cuando su hija tenía 18 meses. También habla de las “muchas horas de trabajo y de una competencia descarnada”, que forman parte de una carrera de investigación, y se suman a las exigencias de la maternidad. Estima, sin embargo, que todos los esfuerzos están ampliamente justificados frente a las recompensas y satisfacciones que brindan los hijos: “Las mujeres pueden ser buenas científicas y las científicas pueden ser buenas madres”.